Eduardo Galeano: cuenta cuentos panamericano
Dos autores canadienses reflexionan acerca de la vida del escritor disidente Eduardo Galeano tras su muerte el pasado 13 de abril en Uruguay

A principios del año 2014, los académicos canadienses Daniel Fischlin y Martha Nandorfy, junto con el novelista Thomas King y la pintora Helen Hoy, visitaron a Eduardo Galeano en Montevideo. Jamás se imaginaron que al año, el escritor uruguayo se iría de este mundo. Galeano murió el pasado 13 de abril, a la edad de 74 años. “No hay epitafio que haga justicia” escribieron Fischlin y Nandorfy, al reflexionar sobre la vida de un hombre cuya obra ha influenciado de manera profunda en movimientos sociales, en política y en la literatura de América Latina y el resto del mundo.
Después de trece años de haber comido, bebido y respirado las palabras de Galeano para poder co-escribir un libro sobre su obra, hicimos el viaje a Montevideo, en febrero de 2014 para conocer a la leyenda en persona. Galeano había retornado a su amada ciudad en 1985, después de más de 10 años de haber vivido en el exilio, perseguido por sus provocaciones periodísticas. En efecto, había expuesto la verdad al poder e inspiró a los lectores a desafiar al fascismo y al militarismo que habían atrapado a muchos países de América Latina durante décadas.
Guerrero infatigable y provocador, Galeano fue editor de importantes periódicos como Crisis, el cual había co-fundado con el fin de criticar los abusos del poder en Uruguay y en AL. Una noche, al recibir una amenaza de muerte en las oficinas del rotativo, calmadamente, contestó que tales amenazas sólo se recibían de 9 a 5. Así, con una imperturbable tranquilidad, podía poner al desnudo la lógica de la injusticia y de la desigualdad magnificada por su poderoso arte de cuenta cuentos.
Sus escritos periodísticos y políticos lo convirtieron en un hombre perseguido, lo cual lo llevaría al exilio desde el que produciría su relevante legado histórico sobre América vista desde abajo, la obra en tres volúmenes Memoria de Fuego. Hasta ahora, esta trilogía sin comparación se mantiene como una mezcla de cuento, de investigación meticulosa y de una estética reverberante que, literalmente, reinventó la manera en la que la Historia se escribe. Algunos lo han llegado a considerar un Heródoto moderno; otros hacen comparaciones fáciles y superficiales con intelectuales como Noam Chomsky o Howard Zinn; mientras que otros deploran o admiran cómo logró conjugar el poder afectivo de la literatura con la lucha global por los derechos, llegando así a delinear un mundo en el que los “nadie” son en realidad voces que importan.
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Eduardo consintió vernos en su café predilecto, el Brasilero, para compartirnos anécdotas e historias desoladoras y a la vez inspiradoras. Mientras lo esperábamos, notamos detalles reveladores de su presencia, como la especialidad de un café que llevaba su nombre; el café Galeano (con crema, dulce de leche y amaretto), así como una fotografía en la pared donde él aparecía. Éste era, definitivamente, su lugar público. Ahí, él recibía paquetes y envíos de gente de todo el mundo; libros, testimonios desgarradores y cualquier clase de muestra de respeto o afecto que cualquiera ofrece a un escritor de su talla, cuyas apariciones en público, dicho sea de paso, eran legendarias por la pasión que llegaban a despertar.
Al ir escribiendo nuestro libro, pudimos ver secuencias del documental Chile crea, en las que se apreciaba una reunión de artistas y políticos disidentes durante la cual Galeano pronunció el discurso “Nosotros decimos no!” Dicho evento jugaría un papel clave en la caída del régimen fascista de Pinochet, en Chile. Cuando Galeano habló, no sólo la audiencia lo escuchó con suma atención, sino hubo quienes abiertamente lloraron y quienes gritaron de rabia o quienes rieron debido a su mordaz humor e ingenio. Todos parecían estar unidos y tocados por el poderoso efecto de sus palabras –filosas como espadas, precisas como los dedos de un gran músico alcanzando notas imposibles.
Cuando Galeano por fin entró al Brasilero para encontrarnos, el café entero se inmovilizó por un instante
y en seguida varios parroquianos se acercaron para saludarlo, abrazarlo, intercambiar palabras y derramar lágrimas de emoción por el afortunado encuentro. Nosotros nos miramos con asombro ante lo extraordinario de la situación, sobre todo al considerar la casi nula posibilidad de presenciar algo así en Canadá. Esta espontánea e intensa agitación nos recordó lo abismalmente distintas que son las culturas literarias conforme uno viaja por América. El hecho en sí no debería sorprender, siendo Galeano un escritor con semejante influencia en AL, pero fue profundamente conmovedor observar cómo la gente esperaba con todo respeto poder decirle a Eduardo algunas palabras de agradecimiento o para tomarse una foto. Él respondía con calma, les daba gentilmente la mano y los escuchaba con toda atención, alternando español, portugués e inglés. Finalmente, cuando el alboroto cesó, se volteó hacia nosotros levantando humildemente los hombros como diciendo “Así son las cosas”.
Primero, Galeano nos habló de las múltiples reencarnaciones del Café Brasilero y de cómo éstas estaban relacionadas a tantas otras historias sobre perseverancia y renacimiento. Para Galeano, las historias nos mueven hacia adelante en el tiempo, y mantienen su fuerza si es que son contadas de tal forma que nos conduzcan a la verdad. Siempre y cuando las historias nos atrapen con una esencia etérea, éstas nos pueden convertir en agentes de un discurso creativo, histórico y político, rompiendo así la ortodoxia, la apatía y la amnesia.
Fundado en 1877, el Brasilero pronto se convirtió en un punto de reunión para artistas e intelectuales en donde discutían sobre política, filosofía, arte y otros temas potencialmente subversivos. Galeano, pues, nos dijo que el lugar había sido registrado y saqueado numerosas veces por brigadas hostiles en contra del libre intercambio de ideas. Así, llegamos a los relatos de cómo el lugar había sido reconstruído tantas veces hasta ser de nuevo un lugar para disfrutar de un buen café y de ideas libres, después de 12 años de dictadura fascista en Uruguay.
Resurrección es una metáfora para AL en la crónica de Galeano. Un ejemplo memorable de ello es el ensayo titulado “Celebración del nacer incesante”, en el que Galeano conversa con el poeta y periodista revolucionario salvadoreño Miguel Mármol. Tal como sucede con el mito de Inkarí, Mármol es un avatar de héroes indígenas ancestrales de proporciones mitológicas como Atawalpa, Manku, y Tupac Amaru. Los encuentros cercanos de Mármol con ejecuciones, asesinatos y muerte por el fuego enemigo, son descritos por Galeano como “sus once muertes y sus once resurrecciones, todo a lo largo de su vida peleona”. Este relato interactivo, es decir, este diálogo entre dos escritores discutiendo el sentido político de la reencarnación, conlleva a la tesis de Galeano de que Miguel es “la más certera metáfora de América Latina. Como él, América Latina ha muerto y ha nacido muchas veces” (El libro de los abrazos, 209).
Sopesando las contradictorias acepciones de resurrección –que los católicos tratan como una cuestión meramente providencial y los comunistas como una pura coincidencia– Galeano propone un marxismo mágico “mitad razón, mitad pasión y una tercera mitad de misterio” (El libro de los abrazos, 209). La dimensión lúdica de las matemáticas desprovistas de lógica y el retratamiento del concepto de realismo mágico provee mucho alimento para el intelecto, logrando así un balance evocativo entre el asombro, el anti-positivismo y la profunda atención a la carne y la sangre de la historia urdida a través de la escritura de más de 40 obras de periodismo, ficción y cuento profundamente personalizado.
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El escritor aborigen canadiense Thomas King detonó nuestra visita a Galeano. A pesar de su reticencia a viajar por avión, Tom insistió en que éste era el momento de ir al encuentro. Afortunadamente, seguimos su intuición y emprendimos la peregrinación hacia la mirada de un hombre por quien todos nosotros teníamos el más profundo respeto. La obra de Tom, “El Indio Incómodo”, estaba perfilado a ganar una serie de premios y recordamos que cuando ese libro está escribiéndose, había varias copias de la trilogía Memoria de Fuego por todos lados en su estudio. Nos dimos cuenta de que ambos escritores habían recurrido al cuento para comprender el mundo a través de cuentos, relatos e historias. Y de contar cuentos es una forma de construir el mundo. Y de que, por lo tanto, se podía cambiar el mundo con cambiar las historias y la manera de contarlas en todos sus dimensiones: ciencia, derecho, educación, deportes. El cuento y el relato están en todos lados, en todas las dimensiones.
En el Brasilero, Galeano nos dijo que su amada compañera Helena Villagra a menudo le preguntaba qué había soñado la noche anterior. En un inesperado contraste con la imaginativa vitalidad de su fábula, Galeano parecía quedar genuinamente apenado por lo mundano que sus sueños eran comparados con los fantásticos cuentos que Helena contaba cada mañana mientras tomaban café.
Entonces nos quedamos pensando, ¿cómo es que esta anécdota se relaciona con el legado literario de Galeano?
Quienes cuentan cuentos tienen que ser escuchas muy detallistas. Los cuenta cuentos tienen que ser conversadores parcos con un agudo sentido del oído y un profundo respeto por las ambigüedades de la memoria que crea distorsiones que conducen a apreciaciones inesperadas. En efecto, este acto de balance tiene que ser atemperado por una enorme humildad ante tantas historias en las que la verdad es mayor que la ficción. Cara a cara con Galeano, entendimos que todas las historias formaban parte de un mismo juego.
No teníamos intención de conducir una entrevista convencional. En vez de ello, decidimos permitir que la conversación nos llevara espontáneamente. Eduardo nos deleitó con un sinfín de historias con gran animación. Para encontrar solidaridad con otros, en términos galeanos, había que encontrar solidaridad con las historias que nos contaban.
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Antes de la muerte de Galeano, en la prensa sonó durante mucho tiempo el suceso de cuando Hugo Chávez le obsequió a Barack Obama un ejemplar de Las Venas Abiertas de América Latina. El cual era un libro desconocido para el presidente y para la mayoría del pueblo norteamericano. En poco tiempo, este libro se convirtió en el segundo “bestseller” de amazon.com en 2009, treinta y ocho años después de su publicación. Semejante revuelo generó sus propias historias, pues se han vendido millones de copias en todo el mundo.
Sin embargo, Galeano se retractó de algunos aspectos de Las Venas Abiertas en una feria del libro en el año 2014. Dijo que al momento de escribirlo no había estado calificado para realizar ese tipo de análisis económico. Además de que pensaba que la prosa del libro era pesada. Mientras que esta declaración desató una tormenta de críticas, dadas sus implicaciones políticas, la obra de Galeano no muestra ningún viraje de izquierda a centro, según como algunos lo interpretaron, sino que el cambio se dio en el sentido de que, habiéndose expresado como una sola voz, en lo sucesivo la escritura de Galeano sería una gama de perspectivas de diversas voces. Así, en medio de la sospecha de haber traicionado su discurso, Galeano se había apartado de interpretar la realidad a través de la lente de la economía montada al discurso político. Por lo tanto, la obra posterior a Las Venas Abiertas, ha permitido a sus lectores vivir encuentros multifacéticos con los aspectos más esenciales del ser en el mundo.
Esta poética profundamente democrática ha ido evolucionando en diversas direcciones y polinizando distintos campos de la literatura a tal grado que ha cambiado la relación entre la literatura y el discurso político. Galeano, por ejemplo, se acercó a los Zapatistas y su revolución post-moderna que revolucionó la manera de articular el discurso político al imprimirle a éste vida a través de técnicas de fábula, de humor y de poesía de los pueblos indígenas. El subcomandante Marcos, entonces vocero de los levantados, había aprendido las técnicas de la fábula de las etnias autóctonas, logrando forjar la palabra del colectivo y, a la vez, consolidarla como su mejor arma. De manera similar, Galeano detectó su misión como el recolector y diseminador de las historias silenciadas, aun cuando agonizara como figura artística en pos de la calidad y el valor de cada palabra.
La profunda influencia de la obra de Galeano y su visita a la comunidad zapatista inspiró a que uno de los líderes del EZLN – José Luis López Solís- adoptara el nombre de Galeano. Este educador de la Escuelita fue asesinado en mayo del 2014 por la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos y fue recordado como “Galeano” aun por el mismo Eduardo, quien dijo: “Ojalá no haya muerto en vano ese otro Galeano: yo lo continuaré, de todos modos”.
Pero la historia de voces migrantes e identidades no termina ahí. El Subcomandante Marcos apareció inesperadamente en la ceremonia del Zapatista Galeano y asumió su nombre. Al leer el comunicado “Entre la Luz y la Sombra”, anunció “su propia muerte” y que en adelante sería el subcomandante Galeano. Así, al cambiar de nombre para resucitar a los muertos desafiaba la tradición occidental de atribuir un nombre a una identidad y, a su vez, a un individuo. De hecho, esta es exactamente la lógica generativa que simboliza esta fraternidad de Galeano: tú eres, ergo yo soy.
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Galeano rechazó las narrativas convencionales, las ideologías reduccionistas y el dogma. Él criticó con agudeza a los hipócritas, a los ambiciosos y a los violentos. A los Departamentos de Defensa los desenmascaró y los expuso como Departamentos de Ofensa; al sistema legal lo delató como la herramienta para someter a los pobres y esclavizarlos; a los noticiarios como producto tóxico de la publicidad y de las economías insustentables, o como voceros de sus propias mentiras y las del poder; a la guerra como patología que obscurece las alternativas creativas frente a la violencia y la intolerancia a la diferencia.
Todas malas historias.
Galeano expone la opresión y la brutalidad sistematizadas como experiencia cotidiana, la adopción de la violencia y la apatía como algo doméstico, la alienación de la historia diaria. Pero no se detiene ahí. Sus historias también dan fe de la rica serie de experiencias que encontramos en las circunstancias más humildes. Él logró recopilar y hacer oír voces jamás antes publicadas. Él creó un modo nuevo de hacer ficción periodística y periodismo literario basados en una mezcla artesanal de experiencias tanto individuales como colectivas.
Como el gran novelista Juan Rulfo, Galeano escribió con un “hacha”, desasociando palabras para dar a su prosa una destilada fuerza poética. Sus manuscritos escritos a mano eran un vertiginoso arreglo de bosquejos y de correcciones –palabras con una energía arterial que bordaba su fina narrativa que ha transportado e inspirado a millones de lectores alrededor del mundo.
Galeano tomó prestado el término sentipensante de los pescadores colombianos para recordar a sus lectores que el verdadero conocimiento se genera desde el corazón junto con la mente. Así como sucede con los títulos de sus libros, que nos recuerdan las conexiones elementales con el abrazo, con el caminar, con la memoria, con el fuego, las hojas de los árboles, con los niños y las canciones.
Él fue mundano y físico. Apasionado y comprometido. Humilde y rápido para sonreír. Tan carismático como compasivo. Capaz de una gran empatía. Era un tlamatini, que en náhuatl significa “un sabio”, aquella luz y aquél fuego que nunca arroja humo. “Él es un espejo perforado por ambos lados. Él ennoblece el rostro de otros. Él sostiene un espejo frente a los demás… para que se vean a la cara” (León-Portilla, Aztec Thought and Culture, 10).
Los zapatistas proclamaron ‘Galeano vive’ como una visión de la vida más allá del alcance de la muerte, lo cual sucede cuando las comunidades conservan sus historias, y una realidad que las palabras de Galeano buscaban incesantemente esclarecerse: “Viaja la luz de las estrellas muertas, y por el vuelo de su fulgor las vemos vivas. La guitarra, que no olvida a quién fue su compañero, suena sin que la toque la mano. Viaja la luz, que sin la boca sigue.” (Las palabras andantes, 312).
El epitafio de Galeano?
No hay epitafio que le haga justicia.
Salvo las historias a las que dio forma a partir de una vida de compromiso y cuestionamiento sin fin. Historias que nos obligan a reinventarnos, que activan nuestro instinto creativo, en lugar del destructivo. Historias para encontrar solidaridad en aquellos que sin los cuales nosotros no tendríamos razón de ser, sin los cuales la voz que viaja sería impensable.
El cuenta cuentos que congenia con la historia que debe ser contada está ya en travesía hacia un futuro cuya memoria está todavía por hacerse.
— Daniel Fischlin y Martha Nandorfy, abril 20, 2015
Autores de Eduardo Galeano: Through the Looking Glass (Black Rose; 2001)
*Este ensayo fue traducido por Luis Artegnan. La version Ingles esta aqui.